Por: Rev. Aníbal López Menor
Se oye tanto hablar de laicos que muchas veces nos perdemos en el vocabulario y no sabemos a quiénes se refieren cuando oímos expresiones como: “ha llegado la hora de los laicos”, “los laicos hacen la obra del ministerio”, “los laicos son la clave para el crecimiento de la iglesia”. Tales expresiones podrían inquietar la posición ministerial de muchos pastores.
Sin embargo, los laicos, además de mantener su trabajo secular y de contribuir financieramente a la economía de la iglesia, hacen contribuciones sustanciales al ministerio del Señor Jesucristo. Muchos de ellos no son nombrados ni remunerados para ejercer su ministerio. Sólo un verdadero llamado, con un corazón contrito y humillado, puede mover a este grupo de personas para predicar, enseñar y servir a la comunidad.
Veamos a continuación, el concepto de laico, su ministerio en la iglesia y su presencia activa en la sociedad.
El concepto de laico
El vocablo laico viene del latín laicus y del griego “laikós, λαϊκός, del superlativo laós, λαός ‘pueblo’, con el añadido del sufijo ikós. Designa en la Iglesia al que no es clérigo. En la Septuaginta (LXX) laós, λαός se traduce como sinónimo del hebreo am, עָם ‘pueblo’, para designar al pueblo de Dios frente a los sacerdotes y levitas.”
En la época de la Iglesia primitiva, los apóstoles no emplearon la palabra “laicos”, sino fieles o creyentes comunes, que engloba al conjunto de los cristianos; todos juntos forman un reino sacerdotal: Cristo “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes” (Apocalipsis 5:10).
El término “laico” entre los cristianos, como dice Alfonso Ropero, “parece que se debe a Clemente Romano, que escribiendo en torno al año 96 a la comunidad de Corinto, lo utiliza para indicar al que, a pesar de formar parte integrante de la comunidad, se encuentra en la condición cristiana común y es distinto de todos los que tienen responsabilidades específicas: ‘El laico está obligado por las leyes que pertenecen a los laicos’”
Entonces, la palabra laicos, en la actualidad, se usa para designar en la iglesia a los miembros activos, pero que no pertenecen al cuerpo ministerial o clero; es decir, son aquellos creyentes que “están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical, que los genere como hombres y mujeres nuevos, inmersos en el ministerio de Dios e incorporados en la sociedad, santos y santificadores.”
Los laicos en el ministerio de la iglesia
El ministerio de los laicos en la iglesia fundamenta su consideración en las Sagradas Escrituras, historia y experiencia pastoral misionera, de ahí que: “Todos los creyentes deben considerarse ministros de Cristo y buscar la voluntad de Dios respecto a avenidas apropiadas de servicio.”
Para empezar, el término “ministerio” o “ministro” necesita una definición precisa debido a sus diversas connotaciones. La palabra “ministro” viene del hebreo meshareth, מְשָׁרֵת = “servidor” y del griego diákonos, διάκονος “sirviente, asistente”. “También se traduce el término uperetes [ὑπηρετής], que tiene la misma idea de servidor, pero con una connotación más humilde. Es alguien que está al servicio de otro, pero sin la dignidad de un gran oficio. Más bien para ayudarle en las cosas menudas.” Por su parte, René Padilla define lo siguiente:
Los ministros en el sentido bíblico son los discípulos… siervos o esclavos de Dios y de su Palabra, siervos de Cristo y su Evangelio de reconciliación, siervos del Espíritu Santo. Están al servicio de otros cristianos, de la iglesia entera y de los de afuera, para suplir necesidades espirituales y materiales. El fin de su servicio es acercar a la gente a Dios en fe y obediencia, cumplir con el propósito de Dios en el mundo y glorificarlo a él.
El doctor W.T. Purkiser nos presenta imágenes bíblicas sobre el ministerio. El Antiguo Testamento describe las funciones del ministerio sacerdotal, del profeta y del sabio. El sacerdote era el cabeza de familia quien ejercía la función religiosa antes de la organización oficial del sacerdocio, como es los patriarcas; posteriormente, con el código levítico el sacerdocio quedó limitado a la casa de Aarón, para conservar la religión institucional entre el pueblo del pacto, el cual representa un aspecto esencial de la vida espiritual. El profeta era considerado como el “siervo de Dios” (Éxodo 14:31), el “varón de Dios” (1 Samuel 2:27), el “atalaya” (Jeremías 6:17) a la casa de Israel y con una responsabilidad de advertirlo de los peligros próximos. El sabio era el consejero (2 Reyes 4:30-31), quien es sus dichos y enseñanzas se servían de la Ley Mosaica, de parábolas, preceptos, proverbios, enigmas y lecciones sacadas de la vida.
En el Nuevo Testamento encontramos imágenes del ministerio del pueblo de Dios, en el sentido literal de metáfora, comparación o analogía, como: mensajero (Mateo 3:3), pescador de hombres (Mateo 4:19), pastor (Juan 10:11,14), testigo (Hechos 1:8), instrumento (Hechos 9:15), siervo (Hechos 16:17), colaborador (1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1), administrador (1 Corintios 4:1-2), embajador (Efesios 6:20), atleta (1 Corintios 9:24-27), soldado (2 Timoteo 2:3) y labrador (2 Timoteo 2:6).
En la época imperial y medieval, el oficio del ministerio laico aparece de una forma muy desconsiderada, vinculado solo al clero; hasta que en la época de la Reforma se redescubre el “sacerdocio universal de los creyentes”, el cual es cómo movilizar a todos los creyentes en el ministerio cristiano; pero que de alguna manera esta doctrina nunca llegó a ser operativa. Sin embargo, el metodismo del siglo XVIII sí cumplió con esta doctrina y la hizo operativa para todos los creyentes. George G. Hunter III dice al respecto:
Wesley estableció un movimiento virtualmente sin clérigos ordenados. Sólo eran laicos con dones… evolucionó hacia el entendimiento que la ministración a los cristianos y no cristianos es confiada principalmente a los laicos… Los laicos realizaron virtualmente todo el ministerio que se desarrolló dentro y fuera de cada sociedad metodista. Había líderes de clases, de bandas y de otros grupos pequeños, tanto como predicadores locales y aquellos llamados “asistentes” que tomaron a su cargo las sociedades y circuitos -eran todos laicos. Otros laicos visitaban a los enfermos y a la gente hospitalizada, otros trabajaban con niños y sus familias, otros visitaban gente pobre, viudas y familias como uno solo de los progenitores; otros se involucraban en conversaciones con gente no discipuladas y comenzaban nuevas clases para buscadores.
Wesley no dejó a su suerte la organización de los ministerios laicos. Cabe destacar que Wesley seleccionaba cuidadosamente a los líderes laicos, luego los preparaba y los asignaba hacia varios roles, con una descripción de trabajo, bajo la condición de ser observados y monitoreados.
En realidad, como dice David Bosch que, desde el principio, las misiones protestantes fueron en gran parte un acontecimiento laico. Las sociedades voluntarias no se limitaron a las estructuras eclesiásticas, porque había clérigos que muy estrechamente cooperaban con el personal laicado. Con el apostolado del laicado se ha tenido sociedades libres, abiertas, responsables, que incluían a todas las clases, a ambos sexos y a todas las edades, las masas del pueblo; era un movimiento democrático y antiautoritario, y hasta cierto punto, anticlerical y anti institucional. Las sociedades norteamericanas, en particular, atraían grandes números de mujeres. En algunas instancias, las mujeres fundaron sus propias sociedades misioneras, sus propios periódicos y hasta levantaban su propio sostenimiento. En los “campos misioneros”, las mujeres pronto llegaron a constituir la mayoría. Y hacían todo lo que los hombres solían hacer, incluso la predicación, excepto la administración de los sacramentos.
En años recientes, un gran número de iglesias en Latinoamérica ha experimentado un significativo reforzamiento del ministerio de los laicos. Nuestra denominación considera al laicado como una de las categorías básicas del ministerio en su Manual:
Cualquier miembro de la Iglesia del Nazareno que se sienta llamado a servir estableciendo iglesias, como pastor bivocacional, maestro, evangelista laico, evangelista laico de canto, ministro de mayordomía, personal ministerial de una iglesia y/o algún otro ministerio especializado dentro de la iglesia, pero que en el presente no siente un llamamiento especial a ser presbítero, puede seguir un curso de estudios que lo capacite para recibir un certificado de ministerio laico.
En nuestro país hemos experimentado la expansión misionera pastoral de los laicos, en la costa, sierra y selva. Los laicos no esperaban ser enviados por una agencia misionera o por el distrito eclesiástico para plantar iglesias, ellos por su propia iniciativa, guiados por el Espíritu Santo, han iniciado una nueva obra misionera. Por ejemplo: La mayoría de las iglesias del Nazareno establecidas en la selva de Perú han sido plantadas por emigrantes laicos de Cajamarca y Lambayeque; ellos al tener la necesidad de congregar, iniciaban una célula (avanzada) en su casa, sin haber recibido una preparación; así poco a poco formaban la congregación; cuando ya contaban con un buen número de miembros, solicitaban un pastor al Superintendente de Distrito. El Reverendo Alberto Zamora Lisboa, en su libro Historia de la Iglesia del Nazareno en el Perú, relata con mayor detalle la participación activa de los laicos en el periodo pionero, formativo, de la consolidación y expansión de la Iglesia del Nazareno en el Perú. Ellos apoyaron firmemente a los misioneros americanos y pastores nacionales en todo el proceso, llevando los mismos padecimientos de Cristo en la Cruz.
Descubrimos el ministerio de los laicos en la iglesia, a la luz de las Escrituras, la historia y las experiencias vividas en todas partes del mundo, en especial en nuestro país. Sin embargo, en algunos sectores, muchos pastores quieren mantener el ministerio como algo exclusivo reservado para unos cuantos hombres y mujeres de Dios que fueron “llamados”. Todavía no están convencidos de que los laicos pueden hacer la obra del ministerio. Bruce L. Petersen dice: “La Biblia no sostiene la idea que los laicos simplemente se sientan y mirar a los pastores de la iglesia hacer el trabajo ministerial. De hecho, Efesios 4:12 claramente establece que el pastor-maestro debe equipar a los santos para la obra del ministerio. No importa qué hagan vocacionalmente los creyentes, tienen un llamado a ser sacerdotes, conductos del perdón, la gracia y la santidad de Dios para otros.”
Se entiende que cada creyente es un ministro de Dios; entonces, ¿cuál es el rol del pastor? Capacitar y formar a los laicos para que realicen con mayor efectividad su ministerio en la iglesia y en la comunidad. Esta necesidad de formar lideres laicos le da un nuevo rol de ministerio al pastor del siglo XXI. Bill Easum dice al respecto: “El papel del pastor es primeramente enseñar y equipar a los laicos para el ministerio en el mundo… el pastor que equipa se hace a un lado y anima a los laicos a ser los ministros de la congregación”. Es decir, el pastor dirige y alimenta al pueblo de Dios para extender el Reino de Dios. Esta es la mejor forma también de desarrollar un ministerio eficaz. John Maxwell dice: “Para ser eficaces, debemos edificar a todos, capacitar a muchos, y desarrollar a unos cuantos”.
La preparación de los laicos puede ser mejor aprovechado mediante un programa académico, donde se les ofrezca cursos de contenido doctrinal, ministerial o liderazgo. Respecto a esta área preparatoria, las experiencias nos enseñan que la gente valora más la educación sistemática, donde tienen que asumir responsabilidades académicas de trabajos de investigación, informes de lectura, exposiciones, exámenes y costos. Muchas veces cuando el pastor ofrece cursos gratuitos a los laicos, no siempre lo valoran: no asisten ni cumplen con sus trabajos. Sin embargo, cuando el mismo pastor enseña un curso bajo la dirección de un programa académico resulta más efectivo en su calidad de enseñanza y demandas.
Una iglesia que considera a su pastor que capacita a los laicos, se reflejará un ministerio compartido. Elton Trueblood dice: “La fe cristiana no consiste de espectadores que escuchan a los profesionales… La enseñanza de que el creyente debe ministrar nació con el ejemplo de Cristo mismo. Los cristianos de la iglesia primitiva comprendieron que habían sido llamados a ministrar porque Cristo ministraba, y habían sido llamados a seguirle: ‘Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho vosotros también hagáis’ (Jn. 13:15)”.
Dale Kleimola, sugiere los siguientes roles para los miembros laicos de la iglesia como sacerdotes:
- La proclamación del evangelio. La Iglesia es el agente principal de la Misión de Dios. Como hemos visto, esto parece ser el sentido de 1 Pedro 2:5-9.
- La congregación tiene la responsabilidad de llamar a los líderes a servir como ministros, sea la predicación, el diaconado o la misión a otras naciones (ver Hechos 6 cuando la iglesia llamó a los diáconos, o Hechos 13 cuando la iglesia apartó a Saulo y Bernabé para el ministerio).
- La congregación tiene la autoridad para probar el ministerio de la Palabra y discernir cuándo aparece falsa enseñanza. (Efesios 4:15)
- Permitir que cada miembro descubra sus dones para trabajar juntos como un cuerpo unido, sometiéndose cada uno al otro en amor (1 Corintios 12, y Romanos 12)
- Proveer consuelo y restauración. Un ministerio de consejería a todo nivel (Gálatas 6:1-2)
- Animarse mutuamente a hacer obras de bien y de servicio. Somos llamados a ser como Cristo y usar nuestras manos como agentes de su amor. Todos somos llamados al ministerio y a ministrar.
Cada miembro debe reconocer su don y usarlo en concordancia con los demás miembros y bajo el liderazgo que Dios les ha dado. Debe haber un trabajo en equipo entre el pastor y los miembros laicos.
Los laicos insertos en la sociedad.
Una de las dimensiones estratégicas cristianas para el desarrollo urbano-rural, es la inserción de los cristianos en la sociedad, donde deben cumplir un mandato cultural y rol profético en la política formal y otros estamentos de la sociedad, movimientos sociales y protesta pacífica. H. Fernando Bullón dice al respecto:
Es necesario considerar a la iglesia en diáspora, ese “sacerdocio universal de los creyentes” en la diversidad de sus vocaciones, adorando a Dios y sirviendo en su nombre a través de ellas. Es la dispersión de toda la congregación en sus labores cotidianas cumpliendo el mandato cultural… En ese sentido, se da prevalencia a la importancia de la participación en la función política formal y, alternativamente y en contraposición a la participación de los cristianos en movimientos sociales de resistencia, de renovación y de cambio, luchando desde su perspectiva por lo que debe ser una sociedad a la luz de los valores del reino: nos referimos a las acciones de no cooperación estratégica con el poder político establecido y al acto de carácter revolucionario como disyuntiva ética límite para la generación del cambio social requerido.
Dios nos creó con la capacidad de interrelacionarnos, somos seres socioculturales que podemos adaptarnos a cualquier ambiente climático y cultural, con el único propósito de cumplir la Gran Comisión. Jesús nos dio un modelo de misión: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20: 21). Jhon Stott dice al respecto: “La misión de Jesús incluía la encarnación, que ha sido descrita como ‘la identificación transcultural más espectacular en la historia del mundo’. Era la identificación total, aunque sin pérdida alguna de identidad, porque al volverse como uno de nosotros él no dejó de ser quien era. Y ahora nos envía al mundo como el Padre lo envió a él. La misión genuina es misión que se encarna. Es decir, requiere entrar en el mundo de las otras personas.”
El Apóstol Pablo en su carta a Tito 3:1-11, trata el tema sobre los deberes públicos y la conducta social del creyente. Este aspecto era de importancia especial para instruir a los cristianos en Creta, ya que hay evidencia histórica de que los cretenses tenían mala fama por ser insubordinados con las autoridades y predispuestos a las insurrecciones y a las guerrillas internas.
Con este antecedente, Pablo establece las cualidades de un buen ciudadano que todo cristiano debía mostrar. El modelo que siguió para tratar los deberes del creyente en el ámbito familiar se repite otra vez en este tema. Primero, el Apóstol provee la enseñanza ética describiendo los deberes prácticos en la vida pública y social de los cristianos. Después, Pablo proporciona las bases doctrinales o teológicas que son el fundamento de dichas prácticas.
Durante el Movimiento Metodista inglés, Juan Wesley (1703-1791) dijo que no conocía ninguna santidad sino la santidad social , estaba repudiando la premisa monástica. Esta enseñaba que la santidad era posible solo cuando se estaba aislado, con total concentración en la relación del alma con Dios. Esto, en la perspectiva de Wesley, era una perversión del cristianismo, pues se apartaba completamente del énfasis social de la Biblia. La santidad era posible en medio de la vida cotidiana, incluyendo el hogar, el mercado y la fábrica; de hecho, la santidad que no era practicada en los asuntos normales de la vida era una ilusión.
La santidad social percibe que el amor cristiano es más que una justicia legal mínima; implica interés práctico en la persona total y en las estructuras sociales que afectan a la persona. Wesley recaudó dinero para los pobres, encontró empleos para los desempleados, proveyó medicina para los enfermos, comenzó escuelas para los analfabetos y ayudó a conseguir préstamos para los destituidos. También se opuso a sistemas malévolos, como la institución de la esclavitud.
Sin embargo, aunque los grupos de santidad tradicionalmente no han minimizado la importancia del proceso político, su mayor energía ha sido utilizada en el evangelismo. Esto refleja su punto de vista realista de la pecaminosidad humana, que no provee ninguna base para confiar solo en la reforma social, aparte de la influencia santificadora del evangelio.
En América Latina, de qué forma puede involucrarse un laico cristiano en una sociedad inmersa en la corrupción, pobreza y miseria, injusticia, violenta e insegura, que está causando mucho daño al desarrollo de nuestra región. Sugiero algunos considerandos:
- Tomar medidas disuasorias a actuaciones corruptas y persiguiendo con firmeza la corrupción.
- Exigir trasparencia en las instituciones públicas y privadas.
- Conseguir una mayor eficiencia en la administración de justicia y en la de otros poderes públicos.
- Plantear estrategias de lucha contra la pobreza y la desigualdad social.
- Implementar campañas para prevenir la violencia contra la mujer y el maltrato infantil.
- Plantear un cambio gradual y sistemático de la política sin emplear la violencia.
- Involucrarse en la vida política formal y cultural y fomentar los valores del reino de Dios.
- Mantener el testimonio evangelizador y la actitud contestataria ante las medidas políticas desfavorables del gobierno hacia las familias.
Conclusión
Los laicos son el pueblo de Dios, llamados a cultivar una comunión intima con Dios, que los caracteriza como imagen y semejanza de Cristo a fin de contribuir con el desarrollo y extensión de la misión integral de la iglesia en el mundo.
Dios trabaja a través del ministerio de los laicos. Ellos tienen el derecho de saber que Dios está obrando en sus vidas y que son un canal de bendición para muchas familias. Por tanto, merecen ser preparados y equipados porque la tarea que realizan es muy importante para que los pastores inviertan tiempo y energía para ayudarles hacerlo bien.
Los miembros laicos son los primeros que mantienen contacto con la sociedad: en el trabajo, en el mercado, en el viaje, en los campos agrícolas y en la universidad, allí encuentran amigos o parientes que no conocen ni temen a Dios, a quien deben darle una esperanza de vida y desarrollo. Además, necesitamos laicos que generen cambios económicos y sociales en bien de los que más lo necesitan y también un sentido común de preservar la justicia, la paz y la trasparencia en todas las estructuras sociales.